La Costa de la Muerte
Jueves, 18 de Junio de 2009 18:34

La Radiante Tempestad se hundía, mientras la banda de oro batido de su casco lanzaba sus últimos destellos frente al sol del atardecer, como un mensaje a los dioses. Angus ab Nudd, barón de Oileann Aran y príncipe de Hibernia, contemplaba como el barco al que más amaba se hundía entre las rocas de la costa de muerte a la que le habían traído las olas. Con lágrimas asomando a sus ojos, se giró y ordenó a sus hombres que prepararan el campamento, cenaron en silencio lo poco que habían podido rescatar del barco y, a pesar del todo, el cansancio hizo su trabajo y pronto se durmieron arrullados por el sonido de la rompiente.


A mitad de noche, el hombre de guardia vio como el príncipe se levantaba, se dirigía al amenazador océano y se adentraba en el agua hasta que esta le cubrió a la cintura. De pronto algo surgió de las negras aguas, el guardia se puso tenso, pero resultó ser una docena de ruidosas focas, que jugaban, bailoteaban y rebullían alrededor de Angus como si se hubieran reencontrado después de años con un hermano perdido.


El guardia se acercó a Angus con toda la intención de preguntarle, mas le encontró pensativo, como si escuchara. Tras esperar unos minutos, se atrevió a abrir la boca.

-¿Señor? -dijo el guardia.
-Chst, más bajo -respondió Angus, susurrando.
-Esto… ¿Qué hacéis?
-Escuchar a las focas -dijo Angus con desidia, como si le hubieran preguntado si el agua moja.
-Ajá... señor... ¿y le dicen algo?
-Por supuesto, nadtosbej fraeol.

El cazatrolls arqueó las cejas y no se atrevió a seguir preguntando. Volvió a su puesto de vigilancia y al poco vio como Angus volvía y se sentaba en un rincón, refugiándose bajo su capa. Cuando el guardia terminó su turno el príncipe seguía agazapado, mirando al vacío y sonriendo.


Antes incluso de que rompiera el alba del día siguiente reunió a todos los hombres y les habló de un poblado cercano en el que podrían intentar conseguir un navío.

- ¿Quién gobierna aquí? ¿Los jutos?- preguntó uno de los hombres.
-Igual ya no. La última vez que vine eran de esos, pero dos años antes había suevos; y galaicos, incluso llegué a ver moros.
-Vamos, que están como los vecinos de Albión.
-Sí, cualquiera diría que mi primo ha venido a verles.

Angus se encaminó alegre y con porte regio al poblado, ajeno a la reciente pérdida y confiado con encontrar una forma de volver a casa. Curiosamente, nadie diría que había pasado la noche al raso, estaba perfectamente peinado, e incluso emitía un suave olor a perfume. Como siempre, iba completamente desarmado, aunque la media docena larga de fornidos guerreros que le acompañaban, cubiertos de cuero y metal, y portando armas que ningún hombre en su sano juicio llevaría a una batalla, eran suficiente garantía de que nadie buscaría problemas con él.


El poblado era sucio, pequeño, unos cuantos huertos y un par de piaras de cerdos componían toda su riqueza, aunque lo más llamativo del poblado, sin lugar a dudas, era que estaba en llamas. Un fyrdraka se encontraba fondeado en la bahía, y los saqueadores remataban a los últimos habitantes de la aldea que habían ofrecido resistencia, mientras ataban a las mujeres y los niños, que serían vendidos como esclavos en los mercados del norte.

-¡Oh! – el príncipe parecía gratamente sorprendido. –¡No podíamos haber tenido mejor suerte! ¡Ahí está nuestro barco a casa!
-¿Y cómo vamos a convencerles para volver al Eire?
-Con mi flamante sonrisa, por supuesto.
-¿A unos daneses?
-Podríamos intentar robarles el barco, no dudo que con mi astucia no sería difícil, pero creedme, por muy mal que estén las cosas, robarle el barco a un danés no las va a mejorar.

Angus se acercó caminando con paso lento a uno de los daneses, que en ese momento le estaba cortando un dedo a uno de los aldeanos, presumiblemente para quitarle el anillo. Le dirigió unas cuantas palabras mientras este le miraba asombrado, el hombre se giró y señaló a otro de los guerreros, un tipo enorme, de anchos hombros y cubierto de pieles. Angus se dirigió a él, y este le envolvió en un abrazo que habría dejado sin aliento a un buey, después el príncipe hibernio volvió con sus hombres.

-Ya está arreglado, mi buen amigo Ölvir nos devolverá a nuestra isla.

Tres horas después, el fyrdraka hendía las olas, con el viento en las velas, mientras Angus se erguía en la proa y bromeaba con el hombre llamado Ölvir. Uno de sus cazatrolls se le acercó.

-Señor… ¿Porqué esta prisa por volver a Hibernia?
-¿No os lo he dicho? Bien, supongo que debéis saberlo. Es por mi tío, Muirtaich Shanks.
-¿Qué le pasa? – una sombra de tristeza cubrió el rostro del príncipe.
-Mi tío, el Vencedor de las Guerras Troll, el Rey sobre la Piedra de Tara… ¿Quién lo iba a decir?
-¿El qué, señor?
-El rey se muere, viejo amigo, el rey se muere.

 
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