Las cartas de Pavel Ten

 

Ten

 

Estimados congéneres:

Pronto tendremos una maravillosa exposición universal donde podremos ver todos los sorprendentes avances que hacen de la humanidad la especie que ha dominado la galaxia, domado el vacío e incluso prosperado en los ambientes más hostiles. Esta es sin duda la era de mayores avances, progreso y comodidad para el ser humano que jamás vislumbren nuestras mentes y sólo puede ir a mejor… O eso es al menos lo que quieren que creamos.

Cuando levanto la mirada al vacío en lo alto veo la misma clase de iniquidades que en la vieja tierra. La esclavitud de ayer, soportada entre cadenas y latigazos es hoy la del vapor y los engranajes.

Dicen que ya la sangre de los hombres no es necesaria, que la tecnología se ha encargado de resolver las tareas más desagradables. Sabemos que mienten, que por cada puñado de cavorita, de carbón, de hierro o de grano, se derrama sangre; sabemos que por cada navío construido, se derrama sangre; que cada planeta conquistado o en disputa arrastra sangre; que cada libra que se genera, ha sido gracias al derramamiento de sangre.

Hace sólo unas escasas décadas, Engels habló de la necesidad de transformar el monstruoso engranaje que hace que todo gire y se mueva por uno donde la humanidad, en vez de unos pocos de sus miembros, sea la que realmente controle a las máquinas. Hermosas palabras, sin duda, pero si desde que el primer buque estelar alzó el vuelo, los engranajes de la sociedad no han hecho sino acelerar lo que ya existía, pensar que algo va a cambiar simplemente porque lo deseemos es infantil.

Lo que yo pido queda lejos de lo que pedía Engels, yo os pido que os levantéis. Os pido que acabéis con una forma entera de pensar el mundo exportada por el Imperio Británico a todos los confines de la galaxia. Os pido que midáis con el valor de la sangre derramada, no con el peso de la libra en oro. No os pido que reforméis un mundo que chirría entre ejes y vapor; os pido que lo hagáis arder.

El espacio está plagado de nebulosas y estrellas, al igual que la Vieja Tierra lo está de montañas y ríos; pero no de artificiales líneas que delimitan imperios. Todo cuanto yace en el horizonte es vuestro; ni de su graciosa majestad, ni de su excelencia el presidente ni de su santidad el papa; vuestro. Os pido que ejerzáis vuestro derecho y deber a la revuelta y reclaméis lo que en justicia os pertenece: que sea la tecnología y conocimiento aquello que os levante y engrandezca, no lo que os frene y esclavice.

Recordadles por qué vuestra sangre, humillada, derramada y coagulada, es negra como el vacío del espacio, negra como nuestras banderas y negra como la venganza inminente que caerá sobre los poderosos.

Allá donde hagáis arder uno de sus buques, donde hagáis explotar una de sus fábricas o en la colonia donde levantéis la bandera negra, allí es donde están mis pensamientos, indistintamente de la mano y el idioma que los alce.


Pavel Ten.

 

Ten

 

Estimados congéneres:

En los últimos tiempos, la prensa británica no hace sino vapulear con palabras lo que sus inmundos soldados imperialistas no pueden derrotar con las armas: el valiente pueblo de Caprice.

Una colonia lejana y olvidada ha saltado a la fama entre las naciones por algo tan viejo como la humanidad misma: el derecho a aplastar todo lo que la oprime, esclaviza y constriñe su libre desarrollo, igual que hace algo más de un siglo Francia se levantó contra sus tiranos para luego verse sumida en la dictadura de otro o los soldados rusos se levantaron un diciembre para acabar anegando de sangre la plaza del Senado de San Petesburgo. Quizá esta vez las cosas no terminen como los cañones del 18 de marzo en Montmartre, quizá esta vez la sangre de los tiranos verdaderamente anegue los arroyos.

Me dirijo por tanto a mis congéneres de Caprice reclamando que no den tregua a los opresores británicos, que no negocien más que con cordita y fuego, que no tengan más bandera que aquella que ondea en llamas.

Pido también a todo congénere de bien, capitán u operario, que asista sin miedo a quienes valientemente han demostrado una vez más que la Humanidad no tolerará más tiempo la esclavitud a la que, bajo mentiras como la nación, el progreso o la tradición, se ve sometida. Congéneres de Caprice, sé lo que sufrís pues yo también he visto trincheras en las que combatí a los mismos seres despreciables a los que os enfrentáis; si falláis conocéis ya vuestro destino: los mismos pelotones de fusilamiento que, tristemente, también puedo describir.

Han llegado asimismo a mis oídos noticias de un hombre, del que algunos dicen que fue antaño un miembro de la nobleza rusa. Lo que sabemos a ciencia cierta es que si alguna vez lució el uniforme de la corrupción zarista, ahora lo ha cambiado por el negro, la única bandera digna de representar las aspiraciones de la humanidad. Dicen de él que su paradero se conoce por las estelas de navíos en llamas y los muertos a la deriva en la nada del firmamento. Nuevamente la prensa lo tacha de asesino y criminal. Por mi parte brindo a su salud y a la de la venganza, deseando que sean mil navíos más los que ardan pronto, que sean mil soldados más los que fenezcan por su mano y que sean mil mundos más los que se aterroricen al verle navegar en sus proximidades.

Preguntaos, grandes prebostes, por qué un congénere puede llegar a lo que ha llegado el Duque Negro. No esperéis que la humanidad sea vuestro corderito para llevar al matadero, porque algún día el corderito podría convertirse en un lobo despiadado, decidido a perseguiros, acorralaros y desgarraros el cuello.


Pavel Ten.

 
 
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