El Auriga Estelar

Tras unos segundos de contener el aliento, de repente un suspiro de alivio pareció surgir a la vez de todo el astrobuque.

- Tránsito subespacial completado, capitán.

- Enhorabuena, Teniente Connor, su escalonado del salto ha sido impecable.

- Gracias, capitán.

- Para que luego digan que los americanos no sabemos hacer nada.

Delante de ellos estaba el enorme gigante de gas Montana II, que constituía el planeta principal del sistema Beta Fisher. Azulado y gargantuesco, sus tormentas superficiales contenían cavorita en suspensión, lo que hacía que su control fuera importantísimo para cualquier nación que se preciara. A su alrededor flotaban sus cinco satélites… ¿Cinco? Algo no iba bien.

- Connor, ¿no se supone que este planeta tiene cuatro lunas?

- Si, señor.

- Pues le ha salido otra. ¿Tiene alguna explicación plausible que no incluya grandes dosis de whisky?

“Nunca permitas a un granjero de Arkansas dirigir un astrobuque” pensó Connor. Cada día estaba más harto del capitán Griffin y su actitud de paleto, no dudaba de sus aptitudes naturales, pero confirmaba que la falta de capitanes competentes era la lacra de la astromarina estadounidense. El navegante (primero de su promoción, tesis de fin de estudios sobre desviaciones de la óptica en ambientes ionizados) miró atentamente la pantalla del astromapa, donde brillaba la extraña y nueva luna.

- No se me ocurre ninguna razonable, señor… Debe ser algún asteroide capturado por la masa del… espere, su trayectoria es extraña, señor.

- ¿Qué quiere decir con extraña, Connor?

- Si se me permite, señor… está… ¿escapando?

- Por todos los remaches, esto no tiene pinta de salir en ningún manual de oficial de marina.

“Eso dando por supuesto que lo hubiera leído antes de embarcar”, pensó Connor para sus adentros.

- Bueno, podríamos iniciar la secuencia del mecanismo de astro-óptica, señor.

- ¿Abrir las ventanas? – el oficial al mando frunció el ceño.

- Es un poco más complicado, señor. – “No me educaron para esto en la Escuela de Astromarina de Viena”. Su cerebro empezaba a darse por vencido

En el casco de la nave se abrieron una serie de escotillas, de las que salieron complicados juegos de lentes de cristal y cuarzo, al tiempo que un centenar de espejos y aumentos llevaban la imagen a ser reproducida en una lona extendida entre dos postes de latón que presidían el extremo distal del puente de mando.

- Las lentes de babor están dañadas, señor… pero creo que lo tengo enfocado. Es un asteroide con unos extraños apéndices – Connor manipuló los controles ópticos, enfocó la imagen y enmudeció.

- ¿Qué ocurre, Connor?

- Bien, señor… ese asteroide… está siendo remolcado.

- ¿Remolcado?

- Sí, mire, por unas cincuenta naves mercantes. Clase Nachtegaal en su mayoría, todas de fabricación neerlandesa, señor. Oh, por el Todopoderoso, no puedo creerlo… Mire.

- Siga describiendo lo que ve, joven - Connor resopló: “joven”, la siguiente vez le rompería la palanca de control de presión en la cabeza.

- Hay edificaciones sobre el asteroide, señor… parecen plantas de procesado de gas.

- ¿Quiere decir que están robando el gas del planeta? – mantuvo el silencio durante unos instantes – De nuestro planeta.

- Algo así, señor, muy ingenioso.

- ¡Muy bien! ¡Pues se van a enterar de que nadie roba a los Estados Unidos de América del Norte!

- No va a dar resultado, señor.

- ¡Inicien la secuencia mecánica de puntería!

- Insisto, señor, veo fuegos de San Telmo, eso significa que van a transitar al subespa... ya está, transición completada, en seis segundos habrán desaparecido del espacio mensurable.

- ¿Se nos han escapado? – se levantó de la silla de mando - ¡Se nos han escapado los muy hijos de perra!

- Eso me temo, señor.

- Esto es inaudito, no… no es posible… ¿cómo lo han hecho?

- Es evidente que… entre varias naves remolcaban ese asteroide y todas tenían los motores preparados para transitar antes de que llegáramos. Han tenido que calcular bien los tiempos de llegada, procesado y carga.

- Malditos sean… esto no se acaba aquí, aunque tenemos nuestras ordenes que cumplir, señores, prosigamos con la misión. ya les cazaremos un día y les daremos lo suyo.

- Sí, señor – se resignó Connor.

 
 
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