Sueños
Viernes, 06 de Agosto de 2010 18:58

Gwein era un muchacho silur, como tantos muchachos silures, vivía en una gran cabaña en el valle, que compartía con sus padres, sus hermanos, sus tíos, sus primos y una docena y media de perros. Acostumbrado a una vida en la que la mayor victoria era arrancarle una cosecha a la fría tierra silur, el día que cumplió dieciséis años tuvo claro que pasar el resto de sus días tirando de un arado no era lo suyo, por lo que pidió ayuda a los dioses familiares para que le mostraran su camino y con esta idea en la mente, se echó a dormir.

Soñó que estaba en una bosque, barbudo, desarreglado, olía a sudor y cuero. Pero no estaba solo; como él había muchos hombres. En aquel lugar se olía la guerra como si penetrara cada brizna de hierba, cada fibra de tejido, y cada mechón de cabello. Todos estaban armados, algunos se ajustaban sigilosamente la armadura. Él estaba tenso, expectante. Se comenzaron a escuchar sigilosos pasos. Notó que la vegetación se movía. Se giró para ver como por el camino que el terraplén dejaba a sus pies un grupo de pictos caminaba cautelosamente. Un hombre rubio, de ojos azules y jóvenes, le miró con compasión, y le habló.

- Una sola chispa de esperanza, puede encender el fuego de la libertad, Gwein.- Dijo, antes de ponerse en pie y alzar su espada. Lo siguiente que el muchacho pudo escuchar fue un grito de guerra.
- ¡Siluria!

El grito fue tan intenso que Gwein se despertó, bañado en sudor. Sintió mucho calor, y de pronto el dolor le invadió el cuerpo. Oía la voz de una mujer que le lavaba la frente con un frío paño húmedo, pero no era capaz de escuchar las palabras. Sentía un dolor lacerante en el costado donde... Oh, dioses... Donde ese picto le había herido. Tras sus propios quejidos pudo oír el lamento de muchos otros, al menos una docena de hombres y mujeres tendidos en la oscuridad de una cabaña.

Un hombre que cargaba a su espalda un enorme espadón se sentó a su lado y le tendió un odre.
- ¿Vino?
Gwein sólo pudo asentir, y el hombre siguió hablando mientras soltaba el tapón del odre de vino.
- Una docena de heridos, - le pasó el odre a Gwein y continuó - a cambio hemos dejado como treinta pictos alimentando a los gusanos. Me parece un buen trato. - El joven casi se atragantó con el vino, y tosió ligeramente.

- ¿El Viudo...? - el hombretón soltó una estruendosa carcajada.

- Al Viudo le parieron con suerte, ni un rasguño, para variar, y eso que se mete en lo peor siempre. Prácticamente te sacó de debajo de la espada de ese animal... ¿Como le llaman? ¿Valiant? ¿Valentín? ¿Vaepito? Es algo así.

El muchacho esbozaba una sonrisa cuando se abrió la puerta de la cabaña. En el umbral, a la luz de las hogueras del exterior, se podía reconocer la silueta de un hombre rubio. Se paseó por la sala, observando, y finalmente se detuvo junto a Gwein.

-¿Cómo están los heridos? - preguntó mirando fijamente al hombre del espadón.

- Hay de todo, Viudo. Algunos están en las últimas, otros no podrán luchar si sobreviven. Algunos como este chico se pondrán en unos días, si los dioses lo permiten. - El Viudo miró de reojo a Gwein con gesto serio.

- Bien, que se unan en cuanto estén listos. Esta tierra parece haber perdido a todos sus padres, ahora es el turno de sus hijos, y necesitará a todos los que puedan levantar una espada.

Echó un ultimo vistazo a la sala, y salió al exterior. Allí un pequeño grupo de guerreros bien pertrechados destacaba entre aquellos campesinos escasamente armados, y en sus escudos podía distinguirse claramente el emblema del Clan del Tejo. Antes de que El Viudo hablara, se adelantó uno de los guerreros, un hombre joven y rubio, que portaba una baqueteada alabarda.

- Es la última vez que te lo advertimos - dijo en todo amenazante - no puedes seguir ignorando la autoridad de los clanes.

El Viudo soltó una carcajada.

-¿Qué clanes? ¿MacCrow? ¿El Tejo? ¿O quizás vuestro amado caudillo MacArcher? ¿Que vais a hacer? ¿Gastar las fuerzas que no os sobran en acabar conmigo? Uno tras otro habéis caído, habéis cedido terreno, si no dejáis a un lado vuestras diferencias toda Siluria acabará en manos de esos salvajes del norte. Y esta vez vuestros aliados sureños no vendrán a pelear por vosotros. El pueblo está harto de líderes que solo buscan salvar su pellejo mientras les entregan al enemigo. - Se detuvo un momento - ¿Y dónde está el tuyo? Ese Keith Daray debería haberse presentado si quería algo de mí. De señor de la guerra a señor de la guerra.

- Está preparando a nuestros hombres. Se ha visto a pictos marchando hacia Wightown... y no podemos permitir que lleguen. Si toman la fortaleza, ya solo será cuestión de tiempo.

Se hizo el silencio. El Viudo giró el rostro y contempló el campamento. Labradores, cazadores, artesanos... ¿qué opciones tendrían en un enfrentamiento directo?. Suspiró, como si la decisión estuviera tomada hace mucho tiempo, pero deseara que no llegara el momento de llevarla a cabo. Al fin, le devolvió la mirada al guerrero que tenía ante él.

- Está bien, McUllister, dile a tu jefe que acudiré. Lucharé a vuestro lado, pero no a sus ordenes, ni a las del Caudillo. Defenderé esta tierra a mi manera. - Dio media vuelta y mientras los hombres del Tejo montaban sus caballos se acercó a uno de sus hombres. - Convocad a los piratas McCouwghceir y preparad a la milicia. Ha llegado el momento de que alguien lleve a los silures a la victoria.

 
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