Desde El Torbellino

Ven, dulce niña.

Cae el otoño y tu fuego se apaga.
Dice el Anciano de blanca melena:
“Entrega una flor al agua y morirá sin excusa.
Déjala en fuego y la verás encendida.”

Ven, dulce niña.

Tu mano firme traza con tiza el portal, recuerda:
“Rasga el tapiz, usa la grieta
y recorre el oscuro sendero.”

Ven, dulce niña.

Como un quebrado laúd flameas.
Lamen tus llamas el largo vacío.
Llevas contigo en apretado abrazo.
El sabor de Lilith en la sangre de Eva.

Ven, dulce niña.

Por el viento, la sangre y el anillo de hierro.
Por el escudo del toro y diez veces la espada negra.
Por el anochecer y su mañana.
Por el Canto, el Rito y el Rezo.
Trae la Discordia, al Herrero, la Doncella y la Arpía.
Guía al Caballero en ropajes de acero.
Deja a la Madre y el don de su Semilla.

Ven, dulce niña.

Lengua de lo incontenible,
vocación de espada, 
en cabalgata de humo,
canción de lo irreversible.

Ven, dulce niña.

Cruza el bosque y el puente de espadas,
la Corriente del río presta vadea.
Llama desde allí a tus hermanas,
Agua, Aire y Tierra encarnadas,
que tomen la llave y la puerta abran.
Pisa por fin el Reino y sus sendas
y sólo al final de la oscura vereda
hallarás, en serena espera,
la Primavera.


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