El Rey Cuervo

Hace tiempo, en las lejanas tierras del oeste, existía una inexpugnable cordillera. En él vivía el Pueblo de Piedra, sus mansiones excavadas en la viva roca que les daba cobijo. Era su rey el poderoso Gerión, de torso como los cuerpos de tres hombres creados juntos y al tiempo, unidos en uno por el vientre, y divididos en tres desde los costados a muslos. Vestía el rey una armadura de escamas de granito finamente talladas, un casco de piedra viva, y espada y escudo de negra obsidiana.

Pasaron los años y el pueblo del poderoso Gerión seguía creciendo, pero había un inconveniente: sus ancestros habían hecho un pacto con el Gran Dragón que dormitaba las montañas. La tregua establecía una paz permanente entre el Pueblo de Piedra y el Gran Dragón.

El acuerdo impedía que los hombres excavaran las ricas minas de las montañas y, puesto que con sus penetrantes ojos veía incluso las riquezas bajo la roca escondida, tal pacto enfurecía al Rey. Cuando los artesanos acabaron la pesada armadura el rey reunió a sus mil mejores guerreros y marchó contra el dragón dormido.

Sin embargo, tras abandonar su fortaleza, encontraron un hombre, un mortal, sentado a la vera del camino, sus oscuros ropajes ocultaban su rostro. Gerión sintió curiosidad y se aprestó a preguntar al extraño su nombre.

el_rey_cuervo-
Soy el Rey Cuervo -fue la respuesta del desconocido.

La ira de Gerión no conocía límites. ¡Cómo osaba ese mortal llamarse rey en su presencia! Sin dudar desenvainó su espada de negra roca, y sin dudar se lanzó a la carga con un rugido, pues sentía su orgullo y su arrogancia heridos.

Cargando con la furia de una avalancha, lanzó un fulgurante ataque contra el extraño, sellando su destino. 

La espada de obsidiana trazó un relampagueante arco de muerte hacia el forastero, pero antes de que la roca rozara la piel, una bocanada de aire envuelto de fuego se alzó contra el rey, fundiendo su armadura en su carne y convirtiéndolo en una estatua.

-Soy el Rey Cuervo -dijo de nuevo el extraño mirando con sus extraños ojos de mortal a los guerreros -Y este es ahora mi reino.

Los soldados llevaron a su rey, ahora de roca pura, al centro de la ciudad y celebraron una gran fiesta en honor del desconocido, que se sentó en un trono al que nadie osó disputar su derecho.

Hoy en día, en el centro de los dominios del Rey Cuervo, se alza la estatua de un rey petrificado.


 
©Reinos Celtas 2015