Recuerdos de la Guerra
Awdur el Gigante se levantó cansado tras la velada de juicios. Odiaba que Albericht confiara en él para repartir justicia. Necesitaba algo de beber y quizá un poco de conversación intrascendente con alguien para pasar el mal trago de las condenas. La seña de un nibelungo robusto y bien proporcionado detuvo sus pasos.

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-Auvdur - dijo con su fuerte pronunciación de los túneles bajo las montañas- ¿Allegrarías nuestra veilada de nuevo con el relato de la guerrac?
-Vaya, Yngvar, no se te quita el acento ni tras dos años con nosotros. ¿Aún te queda de esa porquería flojucha de endrinas que llamas bebida?
- Por supuesto, siempre serrá mejior que eso que destilas y das en llamar licor, que los hijos de Eva llaman fuego de los griegos.
-Busquemos un lugar seco y cálido donde contaros a ti y a tu gente la bonita leyenda de la guerra que casi nos mata a todos.

Los dos compañeros caminaban en silencio hacia una de las torres de los fortificados salones del Rey de la Montaña, a los comedores de los soldados. Los cuchicheos corrían como las llamas sobre un trigal seco reuniendo a veteranos y jóvenes desconocedores ansiosos por escuchar la historia más gloriosa de todas.

-Aún me sorprendéis. Entiendo que los críos o los gnomos, incluso la selkie, o los que han venido de las Colinas quieran escuchar la historia, pero que los veteranos como tú no se cansen de escucharme es una clase de enfermedad que ni el agua de Titania puede curar. En fin, pásame la porquería esa para beber que la historia es larga y tengo sed.- Awdur aclaró la voz. 

-Hace mucho, mucho tiempo…


 
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