Todo empieza con un susurro

En el libro del destino está escrito que la felicidad no puede perdurar. La amenaza regresó de los cielos. En la lucha entre los dioses, la hermosa hermana de Taranis, la Reina Dorada, había prevalecido al fin, y volvía para adueñarse de La Tierra del Otoño. Por desgracia, entre los sidhe ya no existía un poder capaz de enfrentarse a La Lanza de Bronce, que ahora se había vuelto dorada en lugar de roja. La buena gente se había retirado, y dejado su lugar a los hombres, Hijos de Eva.

La Dorada, acostumbrada a las tinieblas que reinan entre las estrellas, levantó de las profundidades del mundo un velo siniestro, una espesa capa de cenizas que ensombreció los cielos de La Tierra. Aquélla fue la Edad Oscura, que aún se recuerda con temor. Sin luz, los inviernos se hicieron interminables, las plantas languidecieron, las tierras de pasto quedaron baldías, los hielos se extendieron, los animales cayeron exánimes sobre el surco del arado y los hombres, pálidos y famélicos, dejaron de hacer sacrificios en los altares de los dioses. Pero a la Reina Dorada poco le importaba, pues para ella no había mejor sacrificio que el de los hombres que iban muriendo bajo el sombrío techo que cubría el cielo, que el del linaje humano arrastrándose hacia su inexorable extinción.

Más aún quedaba una esperanza, pues algunos de entre los Dioses Invernales conspiraban para librarse de aquella tiránica soberana. Mientras ella se afanaba en imponer su gobierno sobre los hombres, Gofannon, el dios herrero, descendió hasta las llamas inextinguibles de las simas del infierno, aunque su nueva reina se lo había prohibido con todo tipo de amenazas. Allí, a escondidas, forjó la espada que los mortales llamarían Excalibur.

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En su creación invocó los poderes de la tierra y del cielo, los fuegos de los cometas, las luces de las estrellas, y los encerró todos en una hoja de brillo cegador, una espada que doblegaría el mismo mundo.

Pero la energía liberada por aquellos encantamientos lo delató. La Reina Dorada regresó a toda prisa de su viaje, hirió a Gofannon con su lanza (fue entonces cuando Gofannon quedó cojo, y no al nacer, como cuentan ciertos mitos) y lo arrojó a las tenebrosas mazmorras del inframundo. Mas el divino herrero tuvo tiempo de entregarle la Espada de Estrellas a Anteidd, la mensajera alada. Esta huyó perseguida por los pájaros negros de Crom Dubd, cruzó medio mundo, y cuando al final supo que iba a ser apresada, dejó caer a Excalibur sobre la Tierra del Otoño.

Allí, Excalibur fue recogida por un hombre que había visto una estrella fugaz precipitándose en la noche. Su mano, guiada por su corazón o dirigida por el destino que ni a los dioses rinde cuentas, fue la primera que blandió la Espada.

Aquel hombre, salió de los límites de la ciudad prohibida, sorprendido de que al otro lado existiera un mundo tan vasto. Durante un tiempo lo recorrió, luchando contra las bestias informes que se habían apoderado de La Tierra, y cuando la Reina Dorada supo de su presencia hizo que lo llevaran ante ella. Al principio lo trató como a un embajador, pues temía el poder de la espada y deseaba saber si en ella pervivía aún el antiguo poder de las criaturas que habían conquistado las estrellas y descifrado el secreto de la vida. El Portador no comprendía lo que veía, pues para él los Dioses Invernales no eran ni tan siquiera un recuerdo. Pero las criaturas que rodeaban el palacio le repugnaban, y cuando supo las vejaciones y torturas que sufrían los humanos en las prisiones de los Dioses, empuñó la Espada y con ella venció a la Reina y le sacó los ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, el sol amaneció sobre la Tierra. El portador de la Espada liberó a los prisioneros de las mazmorras, entre ellos al dios Gofannon. Éste le juró que los dioses jamás volverían a mezclarse en los asuntos de los demás, y después forjó unas cadenas para la Reina Dorada, la aherrojó y se la llevó lejos. No muy lejos en el extremo donde sale el sol, el Portador fundó la ciudad de Ávalon, y fue su primer rey. Con el tiempo la Espada acabaría en manos de la Dama del Lago, pero esa es otra historia, que deberá ser contada en otro momento.

Aun así el poder de la Reina Dorada no quedó aniquilado. Cuentan que se durmió para no enloquecer en el tedio de su encierro, pero que las visiones de su mente enferma escapan de la piedra y se elevan como vapores venenosos del fondo del mar, y que emponzoñan los sueños de los mortales y tejen sus pesadillas. También se dice que sus sirvientes aguardan su regreso en las mazmorras y que cuando pueden se apoderan de las almas de los muertos para torturarlas.

De lo que no existe duda es de lo siguiente: pese a la promesa de Gofannon, los Dioses Invernales volvieron. Pero en esta ocasión no les fue tan fácil conquistar el Reino como lo fue la última vez.

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