Todo empieza con un susurro

Las fuerzas de Brandán golpearon a las hordas como un enorme martillo forjado en las profundidades del océano, deteniendo en seco la ofensiva de la Dorada.

Durante un invierno. Se entrenaron para lanzar la batalla final que salvaría o perdería el reino.

Jareth y Albericht procuraron mantener a raya a las hermosas bestias que les acosaban desde el sur, mientras el resto organizaba a su gente. Los elfos entrenaron a los suyos, instruyeron a los jóvenes y les fortalecieron, los nibelungos forjaron armas del mismo corazón de las montañas. Acabaron con todas las provisiones: al menos esa primavera se alimentarían bien y tomarían fuerzas, pues al llegar el verano estarían en su tierra… o estarían muertos. Oberón era su líder, cómo Sumo Monarca, la mera visión de su gigantesco corcel de guerra y su armadura de plata alentaba a cualquiera que le viera caminar entre las tropas. Era un rey de la guerra vestido para la victoria.

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Enviaron misivas a las estepas de la Baba Yaga y a los refugiados de las de las Colinas de Piedra haciéndoles partícipes del plan. Al llegar la primavera, los supervivientes de las tierras del Rey Cuervo acudieron, con una formidable fuerza de hechiceros, de los que nadie osó preguntar su origen. Y con la Baba Yaga arribó un ejército de guerreros muertos hace tiempo, tan terrible que encogía el corazón de los más valerosos.

Días antes de la batalla se unió a ellos la reina Diana, heredera de Ellyn, trayendo consigo una guarnición de guerreros ataviados con brillantes cotas de malla y portando afiladas hachas. Fieros faunos y sátiros de sus tierras, comandados por poderosos gigantes cabríos de recia armadura. Fueron los primero en golpear con sus lanzas el corazón de la inmunda horda.

Los ejércitos de los Hijos del Verano, con la Cacería de Nudd a la cabeza, aplastaron a su enemigo en una heroica aunque dura batalla. Muchos cayeron en la embestida, pero muchos más fueron los que cayeron ante el bronce de los cazadores.

Titania comandó personalmente a las hadas de los elementos, pixies de fuego, aire, tierra y agua cayeron sobre las fuerzas de la Dorada. Las hadas soldado son caóticas e impredecibles. Antes de llegar a chocar con el enemigo, la mitad de ellas ya habían olvidado el orden de ataque, o incluso porqué llevaban una espada en la mano. Cuando ataca, un hada soldado no siempre acierta. Para contrarrestar, el hada más lenta puede atacar tres veces antes de que el elfo más rápido llegue a poner su mano en torno a la espada.

Los nibelungos y los gigantes de Albericht eran un yunque imposible de mellar, por fuerte que fuera el golpe, el mismo Rey de la Tormenta reía en medio del campo de batalla, con una jarra de fuerte cerveza enana en una mano y su hacha de guerra en la otra.

Oberón, al mando de sus caballeros, trazó una brillante estela de muerte, que rivalizaba en su fulgor con la horda dorada. Como un cuchillo en la mantequilla, atravesaron las fuerzas de la Dorada sin encontrar resistencia, un clamor de cascos al galope. Con un grito de guerra en los labios y la muerte en la mirada.

Los muertos guerreros de la Baba Yaga no cejaban en su empeño de destruir al enemigo incluso una vez desmembrados, sus inmortales manos aferrando, arañando y estrangulando sin pausa.

El Rey Cuervo abrió los cielos e hizo caer una lluvia de ardiente muerte sobre el enemigo, su magia y la de sus hechiceros alterando la misma forma de la realidad y el tiempo para sembrar la destrucción.

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Los goblins hicieron tabletear sus máquinas de muerte, sembrando un reguero de cadáveres allá dónde centraban su atención. Jareth, en medio de sus fuerzas, cantaba una oda a la muerte de sus enemigos, bailaba mientras combatía, abrazando la muerte y la batalla como a una amante.

Las bestias marinas de Brandán, a pesar de estar tan lejos de sus profundidades natales, aplastaron bajo sus cuerpos a los guerreros dorados, sus movimientos lentos e inexorables como las mareas, pero letales como las olas de un mar desatado.

Sin embargo, nada de ello fue suficiente. Por cada angelical y terrible criatura que caía, dos ocupaban su lugar.

Y entonces, de las mismas garras de la derrota, Nudd arrancó la victoria.

Con los últimos restos de sus fuerzas, convocó el tenebroso y oculto poder de la Cacería Salvaje, para que el ansia de sangre cubriera con su oscuro manto todos los reinos y los hijos del verano sintieran en sus entrañas el deseo de la carne y la caza.

Con la mirada nublada por la roja niebla, y deseosos sólo de probar el sabor de la odiada sangre del enemigo, los Hijos del Verano se abalanzaron sobre la Horda Dorada, despreciando su propia vida y eligiendo la muerte.

Al despejarse el humo, el campo de batalla estaba sembrado de cadáveres abrazados, y nada quedaba de la Horda Dorada. Y la Reina Dorada había abandonado este mundo, quizá para siempre.

Pero el precio… Ah. El precio fue demasiado alto.



 
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