La Joven del Bosque

Hace mucho tiempo, en la Edad de los Jóvenes, una ninfa llamada Chrydd frecuentaba un tranquilo bosquecillo, a veces con forma de una hermosa lechuza, otras en la de una doncella tan grácil como los abedules que se balanceaban junto al agua.

Dicen que, aunque nadie sabe cómo sucedió, sedujo a un joven llamado Covill, quien abandonó a los suyos para estar con ella en la floresta. Durante todo un verano gozó de un placer infinito en los brazos de la ninfa, yaciendo entre los árboles. De no haber sido por su familia, que concertó su matrimonio con una mujer mortal, tan risueña y alegre como el mismísimo verano, hubiese desperdiciado su vida de esta manera.

Después de la boda, Covill permaneció al lado de su familia durante algunos días, aparentemente ajeno a los hechizantes peligros del otro mundo. Pero, sin ser su intención, su esposa le empujó de nuevo a las redes de la doncella del bosque, pues había oído hablar de sus citas y una tarde, en el jardín de la casa de sus padres, le pidió que no volviera jamás a la arboleda.

Covill miró fijamente a su dama, pero acudió a su mente la imagen del claro de encinas, con sus delicadas enredaderas, y no pudo evitar recordar el pelo suelto y los ojos marrones y sonrientes de la ninfa. Abandonó a su mujer y regresó al bosque. En su hogar de las tierras altas, la ninfa le estaba esperando, casi invisible entre la hojarasca.

Atusándose el pelo, le preguntó:
-¿Te gusta mucho tu nueva dama, joven Covill?- dijo con suavidad. Él lo negó y la abrazó, pero la ninfa sólo le sonreía: una sonrisa tan fría como el viento del otoño.
-¿No te duele la cabeza, joven Covill?- le preguntó. De repente notó un dolor tan intenso en sus sienes que las lágrimas brotaron de sus ojos.
-Corta un pedazo de mi vestido y envuélvete la cabeza, su magia aliviará ese sufrimiento.

Así lo hizo. Con su cuchillo cortó una tira de la túnica que vestía la ninfa, mientras ella le observaba con ojos inexpresivos, y se la ató en torno a la cabeza. Como si fuese una cuerda de hierro, la seda se hincó en su cráneo, cada vez con más fuerza, hasta que el hueso se quebró y brotó sangre de sus oídos. Sus pies vacilaron mientras clavaba los dedos en la venda de la ninfa, intentando quitársela, pero sólo consiguió que se apretara más.

Se volvió hacia ella cuchillo en ristre, pero el hada se alejó rápidamente, ligera como la brisa entre las hojas. Se detuvo un instante al borde del claro y de sus labios salieron las últimas palabras que él oiría.

-Está muy mal, joven Covill, abandonarme por una doncella mortal.

El muchacho cayó al suelo enloquecido de dolor y la ninfa se perdió entre las ramas. Los amigos de Covill habían salido en su busca, pero cuando al fin consiguieron dar con él, le encontraron sin vida.

Nada pudieron encontrar en el bosquecillo, salvo el airoso aleteo de una lechuza.


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