El camino fue aún más duro de lo que había pronosticado Ellyn. Se enfrentaron a bestias gigantescas, caminaron día y noche y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Tantas adversidades soportaron que muchos terminaron por abandonar la esperanza. Uno a uno, hasta que sólo quedó un pequeño duende llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto a la Reina hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás, Sombra sonreía con tristeza y respondía siempre lo mismo “Os dije que os acompañaría a pesar de las dificultades, y eso hago”.
Gracias a su fiel Sombra pudo la reina por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el monstruoso Guardián de la Piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, ofreció su vida a cambio de la piedra, para servir al Guardián por el resto de la eternidad.
La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió a la Reina regresar al lago y expulsar a los fomori, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra. Y en su memoria, queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el sacrificio, regaló a cada ser de la tierra su propia sombra, durante el día.
Pues al llegar la noche las sombras se ocultan, y acuden a consolar y acompañar el dolor de la reina.