Furia y Fuego

Con todo mi peso tomo tierra y dejo que mis pulmones
el fuego de mi postrer rugido de desafío descarguen.

La batalla es una leyenda a punto de llegar al final de su camino.
Cuando vi sus ojos supe que no era sino el mismo destino
quien frunciendo el ceño la mirada retornaba.
Ojos que en sueños antes ya había visto,
con pupilas de las que el coraje se derrama.

Es un día gris, de frío ancestral que hiela carne y alma.
El viento sopla en heladas ráfagas que como puñales se clavan.
Añoraré el tacto de la galerna en mis alas.

Algo está cambiando.

Oigo las voces entre las luces y sombras,
y su suave murmurar entre los reinos.
Lo noto en mi interior y lo observo en los cielos,
desde los bigotes a la punta de la cola,
la misma canción cantan todas mis escamas.
Hasta el tapiz de la realidad ha mudado su aroma.

En el transcurrir del mundo lo percibo.
Donde hasta ayer la marchita maleza moraba
hoy aparece una frágil flor
del color del reposo merecido,
ese blanco de azul tintado,
que hasta ahora tanto me esquivaba.

Escucho los susurros de los árboles,
pues un secreto largo tiempo guardado parecen contarse.
Presto oídos al canto de los pájaros,
que volvieron, tras creerlos desaparecidos para siempre.
Cálida, como el abrazo de una dama, siento la luz solar
que a las frías nieblas destrona.

Algo está cambiando…

Eso es lo que susurran los árboles.
Lo cantan los pájaros.
Lo dice el sol en su lenguaje sin palabras.

Ha llegado el tiempo del cambio
y del reino de una nueva era.

Ya no queda nada que decir,
las palabras han volado al olvido.
Sólo queda el batir de mi corazón de rubí,
que al mismo destino golpea afligido.

Se abre paso una sombra en medio de la luz de mi aliento,
lo inunda todo un halo ardiente
y con silueta que tremola cual mañana brillante
surge de esa ensoñación la figura de un guerrero.

Ya había olvidado la batalla,
ya no es una lucha que importe.
Siento como el metal quiebra mis huesos
duros como peñascos eternos.

Y el silencio es un grito de dolor.


...


–¡Tenía las escamas quemadas, oscurecidas por el humo, y chispas de fuego centelleaban entre sus dientes como sables! ¡Nunca ha habido enemigo más fiero! –aulló el rey, entre los gritos de sus súbditos. Albericht de la Tempestad sonrió, y terminó su relato.

–¡Su fuego era el de mil soles, y se hubiera llevado la vida de un guerrero de menos valía! ¡Entonces, con las fuerzas que me quedaban tras resistir el inexorable viento ardiente, cargando sin temor entre las poderosas llamas, lancé el golpe definitivo! ¡Y clavé mi leal hoja en su negro corazón!

El salón se llenó del clamor de un millar de guerreros.


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