Una Guerra Por Ganar

El viento gélido soplaba más fuerte incluso que el granizo contra la línea de los nibelungos. Los mantos rasgados de niebla hacían que apenas pudiesen ver el final de sus lanzas.

Era como si el aire se hubiera convertido en agua, y por donde quiera que el velo de lluvia se colara, dejaba los huesos helados y la barba empapada. Pero había algo más allí capaz de robar el calor de un corazón, por pétreo que fuera. Los nibelungos permanecían asediados, sosteniendo las armas con sus manos entumecidas mientras luchaban contra un enemigo terrible como la misma muerte.

Una guadaña silbó por encima de la cabeza de Guddri Lanza de Ventisca. No había pensado en morir de esta manera, aquí, lejos del calor del fogón y el hogar, lejos de la comodidad de los muros de piedra, bajo el implacable cielo abierto. Esquivó de milagro el primer golpe del ángel dorado, y supo que no podría evitar el segundo.

Le derribó el contundente cuerpo de otro nibelungo chocando contra él. Cayó duramente perdiendo un diente. Apoyándose sobre la tierra húmeda se incorporó tan rápido como fue capaz, enredándose en su propia capa. Se limpió el barro de los ojos justo a tiempo para ver a Yngvar el Dos Veces Maldito alzarse ante el monstruo, lanzando un grito de guerra, desafiando a la criatura. El ángel dorado se retorció sobre su nuevo adversario, arrastrando los restos de sus etéreas alas sobre él. Un espantoso y penetrante chillido llenó la niebla.

El ángel se abalanzó sobre el Dos veces Maldito como una serpiente, barriendo con su guadaña, mirándole fijamente con sus hermosísimos ojos. Yngvar bloqueó rotundamente el ataque con su enorme martillo. Chispas de magia crepitaron en el aire cuando las armas chocaron. El ángel se echó hacia atrás y chilló nuevamente.

- Eso es, amigo. Esto te asusta, ¿no es cierto? - dijo Yngvar, rodeando a su oponente. – Sólo os gustan los enemigos a los que podéis amilanar ¿verdad? ¡Piénsalo! Hoy no es el día en el que tiemble ante un apero agrícola, no importa qué clase de ángel o demonio lo maneje. ¡Escucha! ¡Soy Yngvar Dos Veces Maldito, el Desterrado, y tengo intención de enviarte a ti y a los tuyos a la más absoluta oscuridad!

Dicho esto, levantó su martillo de guerra y golpeó. El ángel intentó bloquear el golpe, pero la empuñadura de su arma se quebró. La hoja curva cayó, disolviéndose en la niebla antes de tocar el suelo. La cabeza del martilo continuó inexorable su avance, haciendo explotar el tórax de la criatura con un gran estruendo, extrayendo de sus labios un terrible aullido.

El rostro de Yngvar dibujó una sonrisa sombría mientras sacudía los restos de sangre de la cabeza de su martillo y se giraba hacia los atemorizados guerreros.

- ¿Qué estáis haciendo ahí? - hizo un gesto señalando la horda que se vislumbraba entre la niebla.

- ¡Hay una guerra por ganar!

 

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