El preso y el ratón

Había un prisionero, en una celda de piedra. Dormía sobre un jergón de paja, y comía gachas de un cuenco de madera. Bebía agua de una taza de peltre, y se sentaba en el suelo en el único sitio donde al atardecer entraba la luz del sol. Y cuando el ultimo rayo desaparecía, antes de acostarse sobre el jergón de paja, el prisionero miraba hacia un pequeño agujero en la pared, y contaba en voz baja un breve y fantástico cuento. Uno distinto cada tarde, antes de irse a dormir.

Había un pequeño ratón, en un agujero en la piedra. Dormía sobre un montoncito de jirones de tela, y comía pan duro de una vieja despensa. Bebía agua de un charco bajo un armario, y se tumbaba a la entrada del agujero a disfrutar del calor que transmitía la piedra calentada por el sol. Y cuando el último rayo de sol desaparecía, antes de acostarse sobre el montoncito de jirones de tela, el ratón asomaba el morro por la entrada del agujero para escuchar un breve y fantástico cuento, uno distinto cada tarde, antes de irse a dormir.

Y el ratón miraba al prisionero, y pensaba que podía sentirse muy triste, y muy solo, por eso acudía a escuchar sus historias, para hacerle compañía. Y buscaba la manera de ayudarle, así que cada noche, tras el cuento, empezó a demorar unos minutos el momento de irse a dormir a su montoncito de jirones de tela, para roer con sus dientecillos los engranajes de la cerradura de la celda. Solo un poco cada noche, para no hacerse daño.

Y el prisionero miraba al ratón asomar el morro por el agujero cada tarde, y con una sonrisa le relataba un cuento, y dejaba un trocito de tela junto al agujero, antes de irse a dormir sobre su jergón de paja. Un trocito cada noche, para no quedarse sin ropa.

Una noche por fin, antes de que los dos se fueran a dormir, el ratón terminó su trabajo, y la puerta de la celda se abrió con un chasquido. Así que el ratón asomó el hocico por el agujero, para echar un último vistazo al prisionero antes de que se fuera. Pero en lugar de eso, lo encontró sentado en el mismo sitio, mirándole con una sonrisa.

"¿No vas a marcharte?" Preguntó el ratón, desde la entrada de su agujero. Lo he hecho por ti, para que puedas ser libre. Día tras día me has contado esas historias, me has hecho feliz hablándome, convirtiéndome en alguien importante, aunque realmente no lo sea. Por eso quiero que te marches y seas feliz."

El prisionero río en voz baja, y cogió al ratoncito entre sus manos. "No voy a marcharme." Contestó con una sonrisa "porque tu has podido hacerlo todo este tiempo, y te has quedado conmigo. Porque me has hecho compañía cuando mas solo estaba, y has querido sacrificar lo que mas querías por mi."

El prisionero depositó al pequeño y asombrado ratón en el suelo, y empujó la puerta de la celda hasta que se cerró con un chasquido.

"Voy a quedarme aquí contigo, pequeño amigo, para que me hagas compañía, para que escuches mis historias, y para que te sientas tan importante como yo se que eres, hasta que llegue el día en que tu mismo comprendas tu importancia."

"Y cuando ese día llegue, ambos saldremos de la celda, juntos."

 

 

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