- ¡Ahora hermanos! - gritó - ¡Cumplamos nuestro destino! ¡Acabemos lo que empezamos!
El hermano menor detuvo un colosal golpe y, rugiendo de negra rabia, el hermano mayor lanzó un mandoble tan fuerte que su brazo pareció quebrarse. Durante un momento creyó que había muerto, que había errado su golpe, que había fracasado en su empeño, que había hecho vanas tantas muertes y tragedias.
Pero solo fue un momento. Alzó la vista un momento y vio el rostro ceniciento del viejo dios, congelado en el aire con una expresión de alivio. Todo había acabado por fin.