CARTA IX

Pergamino Primero...

Caerhanwynvs. 8 de Marzo.
    Conmemoración de San Apolonio.

A Su Reverencia
ARCHIDIÁCONO JUAN
Santa Ciudad de Roma.

Beatísimo Padre, reciba nuestro más cordial saludo en el Señor Jesús.

Tras mi indagación en los últimos años entre el pueblo pintado, al fin puedo ofrecerle una recopilación completa sobre su historia. Sus gentes se han mostrado colaborativas, con cierto recelo en un principio como ya le relaté, mas finalmente el Señor tuvo a bien hacerme digno de su confianza.

He aquí el relato de los acontecimientos más importantes de su historia desde el periodo romano hasta nuestros días, obviando fábulas y mitos, y ateniéndonos al verdadero pasado de este pueblo. Espero sea de su agrado y no dude en remitirme cualquier consulta que a bien pudiera resolverle. Proseguiré pues con la labor que me ha sido encomendada, y le informaré tan pronto tenga nuevas.

Que Dios os guarde,

            Jean Baptiste Henri Lacordaire



HISTORIA GENTIS CALEDONIARUM

 

I. De las tribus Caledonias a la llegada de los Romanos. 

Cuando las legiones romanas se adentraron en la Caledonia muchas y diversas eran las tribus con las que se encontraron. El sur era dominado principalmente por los Daemoni, y a su oeste habitaban los Gadinos, y mas allá los Epidios. Grandes disputas hubo en ese tiempo entre ellos, pues los Daemoni se mostraban reacios a permitir los avances de Roma, mientras que Gadinos y Epidios les presionaron para permitir el paso. Esto desencadenó una absurda afrenta, que propició la entrada de las legiones. Sin embargo la voluntad de los Daemoni se impuso, y junto al apoyo de sus vecinos del norte, Caledonios y Venicones, lograron poner en un gran aprieto a los romanos, que terminaron por retirarse. 

Los Caledonios eran el pueblo mas poderoso de la zona, no en vano los romanos conocieron toda su extensión como Caledonia, fuera dominada o no por esta tribu. Así hoy sigue siendo en gran parte, y como antaño, ocupan la zona central de Alba. 

En el este se encontraban los Venicones y Taezalios, dos grandes tribus que tomaron un importante papel en la Guerra Oscura, como relataré más adelante. La tierra que se extendía al norte de ellos era dominada por los Vacomagi, de gran importancia en aquel tiempo, pero que hoy no son más que un mal recuerdo en la mente de los pictos. 

En el oeste, junto a los Epidios antes mencionados, se encontraban los Creones. Se cuenta que eran un pueblo intrépido y marinero, feroces guerreros y hábiles comerciantes, al igual que sus vecinos los Ebudae, habitantes de las Islas Hébridas. 

El frío norte estaba ocupado por diversas tribus en constante conflicto. Si nos adentráramos en aquellas tierras nos encontraríamos con los Alcantaes en primer lugar, hombres rudos y belicosos, y después con los que en conjunto eran conocidos como "Atacotti": Carnonacaes, Caerenios y Lugios, entre otros, de los cuales estos últimos eran los más influyentes. Los Atacotti eran un pueblo seminómada, y muchos de ellos viajaban largas temporadas al sur. Esto hizo que durante mucho tiempo fuera confusa su ubicación, aunque estos hombres siempre han considerado su patria a las más altas tierras de Alba. 

Más allá, hacia el norte, se encuentran las islas Arcaibh, habitadas por los Orcados. Siempre han sido un pueblo marinero, bastante influidos quizás por los bárbaros de ultramar, pero tremendamente orgullosos de su cultura picta. 

Como ya es sabido, fueron nombrados todos ellos como “pictos”, mas ellos rara vez usaron el vocablo latino que viene a significar “los pintados”, sino que usaron y siguen usando la locución Albanach o “gente de Alba”.

 

II. El período romano. 

Los romanos, ante la imposibilidad de controlar a los pictos, trazaron una muralla de costa a costa para contenerles, similar a la que hicieran más al sur, llamada Muro de Adriano. Al nuevo muro septentrional se le llamó “Muro de Antonino Pío”, en homenaje al emperador que mandó construirlo. El muro fue construido donde la tierra era mas estrecha, pero esta zona se encontraba justo en medio del territorio de los Daemoni. Los dominios de esta tribu fueron divididos en dos, separando a parientes y creando gran repulsa hacia los romanos. En aquel entonces aquella tierra a ambos lados del muro fue conocida como Alt Clut, y permanecería con aquel nombre hasta mucho tiempo después. Las continuas revueltas de los Daemoni, y los continuos ataques provenientes del norte del Muro llevaron a que este fuera abandonado por los romanos, replegándose hacia el Muro de Adriano, al sur. Numerosos fueron los ataques e incursiones romanas desde entonces, aunque cosecharon victorias, mantener el territorio resultaba tarea tan penosa que acababan por retirarse.

 Los romanos fueron frenados la mayoría de las veces por los parientes del sur, Selgovaes, Otedani y Novantes, que repelieron sagazmente las incursiones, e incluso con apoyo de los Daemoni y el resto de pueblos de la Caledonia, llegaron a sobrepasar varias veces el Muro de Adriano en ataques fugaces hacia el sur.


III. De la retirada de los Romanos y la llegada de los Silures

Los romanos no pudieron mantener controlada la isla de Britannia y atender a sus asuntos internos, por lo que decidieron retirarse progresivamente de la isla. Los pueblos Britanos vivieron entonces un resurgimiento, que en muchos casos llevó a grandes migraciones. Fue el caso de los Silures, un pueblo proveniente del suroeste de Britannia, que siempre había rechazado la romanización y por fin se sentía liberado. Llegaron por mar, sorteando el Muro de Adriano, en el que aún permanecían guarniciones romanas, y fueron ocupando progresivamente la costa sur y oeste de lo que hoy llamamos Siluria.

Y así fue que los Silures avanzaron hacia el este, exterminando muchas tribus que ocupaban la zona, o incorporándolas a su pueblo, mezclándose y formando poco a poco el reino de Siluria. Los Daemoni lucharon ferozmente contra ellos, pero fueron desplazados poco a poco al norte, al otro lado de las ruinas de Muro de Antonino Pío, estableciéndose estas como frontera difusa durante las incursiones de los muchos años venideros.

            Fueron entonces los llamados tiempos de Arturo, en los que es por todos sabido que los Pictos fueron dejados de lado. Los invasores Silurios formaron parte de aquel reino que usaba como estandarte una isla unida y en paz, olvidando y aislando a los parientes del norte. Incluso se reconstruyeron precariamente secciones del Muro de Adriano.

 

 IV. De la llegada de Tiberius Cane

Es en toda Alba conocida la costumbre nómada de los Atacotti, y su ir y venir por las tierras del norte. Cuentan los bardos como una batalla ocurrió en tierras caledonias. Habría sido una batalla mas, una de tantas entre los pictos si no hubiera sido por los acontecimientos posteriores. Los Vacomagi habían realizado una incursión hacia el oeste, y quiso el destino que se toparan con la caravana de los Atacotti. La lucha fue dura, muchos cayeron de ambos bandos, pero en medio de la batalla, un joven que encontraremos más tarde en esta crónica, Taroni ap Priannon, dio fin, gracias a su buena estrella, a la vida de Taloc ap Muircolaich, el líder vacomagio, a pesar de ser este de gran tamaño. Viéndose privados de su jefe, los Vacomagi se retiraron hacia sus tierras, de modo que los Atacotti pusieron de nuevo rumbo al norte. Este Taroni ap Priannon, era a la sazón un alto hombre, a los que los pictos dan el nombre de uchelwyr. Estos hombres, escasos en número, habían tenido la suerte de haber sido entrenados para la guerra en la isla de Mann, donde una bruja pagana llamada Skatha les hacía de maestra. Dicen las leyendas que en un tiempo pasado fueron numerosos, pero en la época de la historia que narro no eran más de diecisiete en toda Alba. 

Los Vacomagi lloraban la pérdida de un líder que moría sin heredero ni candidato firme al puesto. Todos veían cernirse sobre ellos la sombra de la desesperación, la matanza por asumir el liderazgo. Cuando mayores eran sus lamentos, presentose frente a ellos un extraño viajero. Preguntados muchos de los ancianos, dicen que se le había visto recorrer los poblados haciendo extrañas preguntas y que tenía acento sureño. Este hombre ofreció a los Vacomagi devolver a la vida a su tan llorado líder. Los druidas, que a pesar de adorar a dioses falsos, son hombres que poseen una enorme sabiduría útil, desconfiaron, y con una sola voz lo rechazaron. Grande fue el clamor de los guerreros, hasta el punto de que obligaron a los druidas a aceptar los servicios del viajero. Taloc ap Muircolaich volvió a las viles artes, abominables a ojos de Dios, del viajero, que no era otro que Tiberivs Cane, un antiguo obispo dumnonio que se había dado a las artes del demonio. Los Vacomagi, impresionables como todos los caledonios, le veneraron como a un dios, y éste hizo del líder picto su señor de la guerra. Los druidas intentaron aleccionar al pueblo, a los líderes, a los guerreros, pero nadie les escuchó, todos seguían ciegos a aquel que había traído a Taloc ap Muircolaich de entre los muertos. Al principio los druidas intentaron salvar a su pueblo, pero como era de esperar, Cane volvió a aldeanos y guerreros en su contra, y tuvieron que abandonarles. 

Las noticias acerca de la aparición del Brujo de Vacomagi surcaban el viento, y a todos los rincones de Alba llegaron los rumores de cómo hordas de monstruos poblaban todo el territorio dominado por éste. Muchos fueron los que dudaron de la palabra de los mensajeros, y más aún de la historia de una gran fortaleza construida en tan solo unas semanas.


Pergamino Segundo...

V. De la Guerra Oscura 

Numerosas abominaciones se abalanzaron sobre Taezalios y Caledonios. Seres demoníacos que los pictos quisieron llamar fomorios, o simplemente monstruos, y junto a ellos marchaban los Vacomagi, tan feroces y salvajes como el más aberrante de los seres. 

Los Caledonios pusieron todos los medios de los que disponían para defender sus tierras, pero la embestida fue violenta. Muchos cayeron entonces, consiguieron sin embargo reorganizarse entorno al jefe tribal Hennewyn ap Hanwyn y plantar cara al enemigo con el apoyo de las gentes de Alcantae quienes estaban liderados desde no hacía mucho por un hibernio conocido como Findbennach MacFinn. Cuentan que Findbennach había acabado con todos los líderes de Alcantae uno por uno en duelo singular, haciéndose así con el control de toda la región y el respeto de sus gentes. 

Epidios y Gadinos acudieron al frente a apoyar a sus vecinos, especialmente a los Taezalios, que habían sufrido la peor parte del ataque. Los Atacotti, dirigidos por Taroni ap Priannon acudieron a la llamada de los Alcantae, con el objetivo de bloquear a los Vacomagi en el frente oeste, tras el Lago Ness. 

Creones y Daemoni se encontraban en camino, cuando se reveló la traición de los Venicones, quienes atacaron la retaguardia de los Taezali, portando las mismas enseñas que portaban los Vacomagi. Sin duda, se habían unido a Cane. Pronto las hordas se hicieron con el control de la costa del este, desencadenando una auténtica matanza por la que los Taezali se vieron tremendamente diezmados, pero lograron huir al oeste y volver a plantar cara al enemigo. Menos suerte tuvieron los Epidios y los Gadinos, pues fueron atrapados entre dos frentes y no tuvieron opción de retirada. No hubo supervivientes. 

Pronto los Daemoni habían perdido la región oriental, y luchaban junto a los Taezali por detener al ejército de Tiberivs Cane en el sur, mientras en el norte Caledonios y Alcantae luchaban por defender lo que quedaba de sus tierras, junto al apoyo de Creones por el sur, y Atacotti en el norte. La situación era insostenible, y media Alba ya había sido conquistada por el Hechicero. 

Los ejércitos pictos no pudieron detener a su enemigo, y lo que durante un breve tiempo fue un frente común que surcaba Alba de norte a sur fue penetrado por las aberraciones de Cane y los traidores Vacomagi y Venicones, cuando se reveló una nueva traición entre hermanos. El clan MacCirccin, de los Taezali, traicionó a los suyos desertando y convirtiéndose en colaborador del enemigo, permitiendo así el paso de las hordas. Los clanes de las Hébridas acudieron a ayudar a sus primos, mas solo pudieron apoyarles para organizar una retirada segura y acogerles en sus islas. Taezalios y Daemoni tuvieron que embarcar sin remedio. 

En el norte los Creones veían como entre ellos y el hogar del que habían partido se abalanzaba una marea de enemigos. Los Caledonios ya habían perdido todo su territorio, y luchaban junto a los hombres de Alcantae para parar el avance de Cane. Pero todo fue inútil y tuvieron que retirarse hacia el norte, hacia los dominios de los Atacotti.

 

VI. La heroica hazaña de Drest MacTymm 

Fue entonces cuando surgió la leyenda de Drest MacTymm. Dicen que era gran amigo y compañero de armas de Taroni de los Atacotti. Cuentan los bardos como cuando los Caledonios, Creones, Atacotti y Alcantae se retiraban al norte, éste héroe picto decidió quedarse atrás, para proteger la retirada en un desfiladero. El era un uchelwyr, y el resto de los de su clase, con Taroni al frente no pudieron permitir que plantara defensa él solo. Tiberivs Cane había mandado en persecución de estos pueblos a su lugarteniente en persona, junto con una nutrida tropa de monstruos y pictos traidores. Y no fue hasta ese momento que los uchelwyr supieron de la identidad de la mano derecha de Tiberivs Cane, y Taroni palideció al descubrir que éste no era otro que Taloc ap Muircolaich, líder de los Vacomagi, a quien él mismo había dado muerte. 

Drest se sintió encolerizado al descubrir quién comandaba las tropas que habían despojado de sus tierras a sus hermanos, y acabado con la vida de tantos parientes. La batalla fue fatal para los uchelwyr, quienes solo tenían la esperanza de que sus gentes tuvieran el tiempo suficiente para huir, y resistirían hasta el fin. Y así fue, cayeron todos, uno tras uno, salvo Drest y Taroni. Entonces la locura o el valor, que en el campo de batalla se confunden en uno solo, empujaron a Drest contra los perseguidores. Taroni le siguió, y despejó el camino de su compañero de las bestias que le separaban de su objetivo, derribándolas una tras otra. El líder enemigo atravesó a Drest MacTymm con un mandoble, cayendo el gran héroe a sus pies. Más él, con su último aliento consiguió erguirse antes de caer, y sesgar la cabeza del traidor vacomagio. Así es el camino de la guerra entre los pictos. 

Desde lo alto de un risco, aquellos con la vista más penetrante pudieron ver como el impío poder que el infame Tiberivs había insuflado, con ayuda del demonio, en los miembros del jefe tribal, brotaba violentamente del cuerpo del enemigo caído. Una sacudida hizo temblar el terreno, y en el paso un desprendimiento de rocas cayó allí donde se había desarrollado la batalla. Taroni pudo salvarse de morir aplastado, mas un muro de rocas le separó de sus adversarios, quienes se vieron bien diezmados por el alud. Pudo volver con su pueblo, y desde ese día sería conocido como el último uchelwyr. 

El derrumbe del paso pudo cortar la persecución del enemigo, y aquel lugar se convirtió en una gran sepultura. Desde entonces sería conocido como Tumba de los Altos Hombres. 

Los Alcantae decidieron establecer defensa en lo que conservaban de sus tierras. Debido a la configuración del terreno, y la férrea voluntad de sus gentes por conservar el hogar.

 

VII. De la llegada de los Britanos 

            Prácticamente la totalidad de Alba había sido ocupada por los ejércitos de Tiberivs Cane. Se convirtió en una tierra inhóspita, infestada de horrendas criaturas o gentes salvajes, tierra de exiliados de sus reinos o condenados a muerte que habían preferido vivir entre bestias que ser ejecutados. Los pictos, refugiados en el norte y el oeste intentaron en varias ocasiones recuperar al menos un valle, una aldea, pero nada consiguieron.

            Fue entonces cuando Cane, hambriento de poder, inundó la isla con sus hordas. Se decía que en el sur los britanos habían encontrado la paz, y una guerra que les enfrentaba desde la muerte del legendario Arturo –hará mas de una treintena de años– había acabado con la coronación de un nuevo rey. Los britanos pudieron detener el avance del hechicero tras el Muro de Adriano, donde se refugiaron los supervivientes Silures. Y entonces iniciaron su respuesta. 

            Los britanos golpearon a las hordas de Cane como uno solo, y rápidamente lograron repelerlos y hacerles retroceder hasta Alba, tierra que ellos llamaban Pictland. Pero no solo reconquistaron Siluria, sino que se adentraron en las tierras del norte como una espada en el vientre del enemigo. Los horrendos seres y los pictos salvajes fueron desperdigados por el ejército. Para cuando los pictos refugiados recibieron noticias de la llegada de los Britanos, estos ya habían llegado hasta la mismísima fortaleza de Cane. 

            La campaña de los Britanos logró la caída del hechicero tras un largo asedio, pues tenían como único objetivo la destrucción de su poder. Acabaron con parte de los monstruos, mas abandonaron la tierra del norte rápidamente, dejando tras ellos una tierra devastada y dominada por bestias sin señor que carroñaban aquí y allá. Solo en el sur, en la antigua tierra de los Daemonii, un pequeño ejército comandado por un britano llamado Edward Pendragón –según cuentan, descendiente del mismo Arturo– permaneció dominando el territorio, protegiendo la frontera con las tierras de Siluria.

Pergamino Tercero...

VIII. La reconquista de Alba 

            Tras la retirada de los Britanos, Alba no era un lugar seguro ni mucho menos. En el norte se habían agolpado las criaturas que huían de la embestida sureña, llevando la desesperación a las gentes de Alcantae, que no podrían mantener la defensa por mucho más tiempo. 

            Findbennach MacFinn, como relaté anteriormente, se había hecho hacía tiempo con el poder de los Alcantae, mas jamás ejerció como tal. Siempre se le ha considerado un hombre misterioso, y pasaban largas temporadas sin que su gente le viera por sus dominios. Pero de pronto regresó, y se proclamó Señor de la Guerra de Alcantae, y su primera orden como tal fue la retirada inmediata al norte, abandonar a merced de las bestias su tierra. Muchos no lo entendieron, salvo quizá los lideres, que obedecieron. 

            Durante un invierno, dicen que Findbenach organizó a los suyos, y los entrenó al modo romano. Aprendieron a marchar en formación, con escudos y lanzas. Se apoderó de ellos una locura asesina, oculta tras su sobriedad en el combate. Fue entonces cuando se supo de su culto al dios pagano Dis, dios de la muerte y las promesas rotas. 

            Los Atacotti y Creones procuraron mantener a raya a las bestias que les acosaban desde el sur, mientras el resto organizaban a su gente. Durante todo el invierno todos se prepararon para la inminente batalla. Los caledonios entrenaron a los suyos, instruyeron a los jóvenes y les fortalecieron. Acabaron con todas las provisiones: al menos esa primavera se alimentarían bien y tomarían fuerzas, pues al llegar el verano estarían en su tierra… o estarían muertos. Hennewyn ap Hanwyn era su líder, y se había ganado el apodo de Beni –el Fuerte– durante las duras batallas contra los ejércitos de Cane. 

            Enviaron misivas a Arcaibh y a los refugiados de las Hébridas haciéndoles partícipes del plan. Al llegar la primavera, los supervivientes de los Daemoni, dirigidos por Foth MacDelgen desembarcarían en el oeste junto a los Taezalios, con su líder, Garnait MacTalorgan, a la cabeza. El líder de los hombres de las Hébridas, Liam MacCouwghceir acudió junto a ellos con varias naves. 

            En el norte, los Creones liderados por Habwy el Druida y los Atacotti por Taroni ap Priannon, junto a los hombres de Alcantae por Findbennach MacFinn y los Caledonios con Hennewyn Beni ap Hanwyn a la cabeza, se preparaban para la gran batalla que aconteció. Sin embargo, el líder Caledonio no pudo participar en la batalla, pues quiso el destino que la enfermedad se lo llevara en aquella hora. Le sucedió entonces un joven guerrero cuyo nombre sería renombrado por toda Alba en los años venideros: Dukevante MacBeni. Días antes de la batalla se unió a ellos Llya MacLynnsuwl, señora de Arcaibh, trayendo consigo una guarnición de guerreros ataviados con brillantes cotas de malla y portando afiladas hachas. Dicen que a los Alcantae se unieron algunos hombres venidos de Hibernia, traídos por Findbennach MacFinn. 

            Los ejércitos pictos, con los Alcantae a la cabeza, aplastaron a su enemigo en una heroica aunque dura batalla. Muchos hombres cayeron en la embestida, entre ellos el druida Habwy, líder de los Creones, y Garnait MacTalorgan, pero muchos mas fueron los que cayeron ante los aceros de los Albanaich. Entonces llegaron aún mas barcos de Arcaibh, que jugarían un papel crucial en mantener a raya a las bestias de Vacomagi mientras los caledonios recuperaban sus territorios. Los refugiados de las Hébridas desembarcaron en el oeste y al fin se reencontraron con sus hermanos, que avanzaban hacia el sur. En la acción combinada, lograron liberar además de las zonas desde donde cargaron, gran parte de la tierra caledonia. En el sur, los hombres de Foth MacDelgen se toparon con los ejércitos Britanos que aún acampaban en sus tierras. Fueron firmemente rechazados, y hubieron de asentarse en la zona sur de los dominios de Creones y Caledonios. 

            La antigua tierra de los Vacomagios permanecía infestada de criaturas del averno, pero ningún clan tenía aspiraciones de conquistarla sin haber asentado a su pueblo en sus hogares de origen. Prácticamente el resto de Alba había sido reconquistada, salvo la tierra de los Taezalios, quienes se encontraban perdidos y desesperados tras la muerte en batalla de aquél que los comandaba. Fue entonces que vieron en un extranjero a su nuevo líder. Un caballero britano conocido como Sir Edmund MacGalham reunió entorno a sí a los Taezalios y los llevó a la batalla por recuperar su tierra. Y así fue, con El Caballero al frente –así sería conocido en adelante– los hombres de Taezali aprendieron a mejor aprovechar su fiereza a favor de su pueblo, luchando en tupidas formaciones de lanzas llamadas por los pictos schiltron. De este modo, y poco a poco, expulsaron a las bestias de su tierra y más aún, llegaron a conquistar la de los traidores Venicones. Así, El Caballero, se hizo con el liderazgo de estas gentes y el respeto de toda Alba.

 

IX. Del Rey de Alba 

Cuando la última gran bestia de Cane del territorio de los pictos hubo caído en las cercanías del Lago Ness, Findbennach MacFinn convocó allí a todos los líderes de Alba. Desde aquella guerra, los pueblos pictos dejaron de llamarse a sí mismos con los nombres de las antiguas tribus y, quizá por influencia irlandesa, adoptaron el sistema de clanes asumiendo cada uno de ellos el apellido de sus líderes, salvo los Atacotti, cuyo orgullo les ha llevado siempre a cerrarse ante influencias externas. Éstos llamaron a su tierra Lugi, como la tribu de la que procedían la mayoría de ellos, el resto de clanes se refirieron a sus lugares de origen como otrora se conocía a sus gentes. El druida Ailiden McBreoghamm, se erigió entonces como líder de los hombres de Creones, sin que esto sorprendiera en el resto de Alba. 

En aquella reunión junto al lago, Findbennach propuso que se mantuvieran unidos como un solo pueblo, y entre los líderes, se eligiera al que sería el primero de ellos, como lo hubiera haría muchas generaciones, antes de la retirada de los romanos. Los líderes pictos señalaron entonces tras largas discusiones a Dukevante MacBeni, y con el resonar de espadas sobre escudos de los cientos de hombres de armas de Alba allí presentes, éstos mostraron su conformidad. Desde ese día Dukevante sería Rey de Alba, o Rhí Albanaich, como ellos dicen.

 

X. La Nueva Era

             Hubo paz en los años venideros. Los hombres y mujeres de Alba hicieron renacer sus hogares, de nuevo pescaron peces, construyeron casas, cocieron pan e hicieron en suma aquello que corresponde a los pueblos que viven en paz. Sólo quedaba ajena a las manos del pueblo pintado las tierras de los Daemonii, este territorio había sido liberado de las manos de Cane, sólo para ser después caer en las de Edward Pendragón, quien mantuvo las feraces tierras del norte de Alt Clut. Los Daemonii, lejos de quedarse sin hogar, habían recibido alojamiento y hospitalidad entre los caledonios, pero persistía entre ellos la amargura de los exiliados.

            Empero, no es la paz apta para el carácter de este pueblo del norte, prueba de ello es las tribulaciones que causaron a las legiones, tanto romanas como britanas, que trataron de contener sus incursiones hacia el territorio del sur. Y Dukevante, como rhí, no podía permitir que tierras pertenecientes ancestralmente al pueblo pintado fueran controladas por extranjeros.

            De este modo, sus continuos ataques, combinados con otras cuestiones que no trataremos aquí, acabaron por minar la determinación de Edward Pendragón, que se retiró al sur. De este modo fueron devueltas a los Daemonii las colinas, bosques, montes, cañadas y ríos que pertenecieron a sus antepasados.

            Cuando los hombres de Dukevante quisieron adentrarse en el antiguo territorio vacomagio, encontraron un inhóspito yermo por el cual no merecía la pena seguir avanzando. Se enviaron exploradores que volvieron sin mas nueva que el encuentro con algunas de las monstruosidades que aún habitan la tierra, pero insuficientes para que constituyan un peligro. No obstante, se establecieron algunas defensas para evitar posibles asaltos o incursiones.

 Fue así que los pictos recuperaron por fin todo aquello que les había pertenecido antes de la aparición de Tiberivs Cane. Habían sufrido grandes tribulaciones, pero habían decidido pagar el precio del valor y la sangre, y habían recibido en recompensa la victoria.

            A pesar de ello, el insensato valor de estos bárbaros no conoce límites, y recientemente el jefe tribal Dukevante, sintiendo como un insulto que Siluria, que ellos llaman las Tierras Bajas de Alba, o incluso la Baja Caledonia, perteneciera a otras manos, ha iniciado la conquista de los territorios silures, aprovechando que toda Britannia miraba hacia otro lado, y contenía la respiración ante la invasión de los ejércitos de Ludovico.

Que Dios os guarde a vosotros que lectura habéis dado a este humilde resumen que yo, Jean–Baptiste Henri Lacordaire, he escrito de la historia de Alba y las gentes que la habitan. Si en el encontráis defectos, no los achacareis a desidia o desinterés por parte de quien las ha escrito, sino a las dificultades que ha encontrado para compilar este relato, que me han llevado de las cabañas de los ancianos a los altares de los druidas, pues este pueblo de iletrados no guarda constancia escrita de ninguno de sus hechos.

 Gracias sean dadas a Dios.

 

 
 
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